Es posible que el confinamiento de más de tres meses nos haya permitido desarrollar una perspectiva más clara sobre nuestros valores y comportamientos. En los días de la pandemia del Covid 19, con las mismas horas de trabajo al día, pero sin traslados, comidas en restaurantes y continuas visitas a centros comerciales y lugares de entretenimiento, y con muuuuuchas interacciones con gente, gracias a los medios digitales, así como con tiempo efectivo para escribir, leer, diseñar, crear y reflexionar, además de meditar y llevar una vida más saludable… se puede tener una visión clara de nuestros sentimientos y deseos. Es el momento propicio para elegir la ruta a seguir cumpliendo el propósito de nuestra vida y de la organización. Con una renovada óptica, muchas cosas se vuelven más nítidas y puntuales.
Dicen que en medio de crisis de salud y económicas como la actual, sale a flote lo mejor y lo peor de la condición humana. Por un lado, observamos a gente solidaria y altruista, deseosa de apoyar a su comunidad una visión más “mundocéntrica”, pero por otro lado no faltan los vivales o los incongruentes totalmente “egocéntricos” buscando siempre el beneficio propio.
Recientemente, estuve viendo podcasts del escritor y conferencista Simon Sinek. En particular, dos me marcaron: el primero nos recodaba a todos que “una gran parte de la construcción de la nueva normalidad es aceptar la cosas por lo que son y aprender a mirar más a allá de ellas de todos modos”; mientras que en el segundo podcast hablaba de que “estamos experimentando la mayor prueba de las culturas organizacionales, ¿Vivimos nuestros valores? ¿Nos cuidamos los unos a los otros? ¿Somos humanos en nuestro enfoque?”
Todo esto nos lleva a meditar en cómo somos en cuanto seres humanos y como empresarios en medio de la pandemia. La actual crisis está cambiando la vida de las familias, las empresas y los mercados en todo el planeta, que han tenido que adaptarse a fin de poder enfrentarla.
Algunos países están empezando a volver a la nueva normalidad. Mientras van eliminando gradualmente el confinamiento y las restricciones, comienza el retorno a ciertas actividades, lo que incluye reabrir negocios. Entre otras tantas novedades, viene una transformación profunda en la mentalidad y hábitos de los consumidores. La gente se ha enfocado ahora en satisfactores básicos (comida, artículos de limpieza) y ha dejado de salir a restaurantes, tiendas o a viajar. Se ha acentuado el comprar en línea, por medios digitales, y se observa también una tendencia a preferir negocios y productos de la comunidad cercana, más que adquirir bienes importados o de lugares lejanos.
En unos meses, la casa se volvió también oficina, aula, centro de recreo, gimnasio, taller de artes… ocasionando que las familias pasen mucho tiempo juntas. Aquellas empresas que sean visionarias tratarán de adecuarse a esta nueva normalidad, si no es que ya lo han hecho, para beneficio de sus empleados y sus clientela, que se ha vuelto todavía más informada y exigente.
Sobresale en todo esto un gran sentimiento de fraternidad en todo el mundo. No digo que ya vivimos en armonía ni que se han terminado los problemas de desigualdad o discriminación, pero sí que existe una consciencia ciudadana de hacer lo necesario para enfrentar juntos el Covid 19, es decir, cuidar de nosotros mismos y de los otros.
Encerrada en los confines de su hogar, la gente de todos los continentes ha replanteado sus valores y sistemas de creencias. Actividades como qué y dónde comprar, qué comer, cómo entretenerse y cómo interactuar de forma saludable se están transformando a ritmo acelerado y corresponde a las empresas ofrecer la experiencia y la oferta de valor que sus mercados piden.
¿Nos hemos puesto a meditar qué valores son los que guían nuestra vida como empresarios o ciudadanos? En verdad, ¿somos congruentes con todo lo que pregonamos? Puestos a reflexionar, hagamos un espacio para el examen de lo que aportamos a nuestra casa, colinia, ciudad, estado, país y al propio planeta.
Es deseable que este examen de nuestros valores y acciones considere estos planteamientos desde ya. Siempre que en la mesa de las decisiones alguien hace un llamado a la ética y los valores, la mayoría guarda un silencio incómodo. Por el contrario, si alguien se queja o burla de la situación social, económica o política, no faltarán las voces de aprobación.
Mucho se habla de las prioridades de las personas, si solo ven por ellas, o si se atreven a mirar por sus comunidades o si van más allá y se preocupan por el bienestar de su planeta. De la valoración que den a estas esferas, depende mucho el futuro de la humanidad. Una de las lecciones que nos ha dejado el confinamiento forzado fue la de ver cómo la naturaleza parecía encontrar una pausa, un descanso, del alocado frenesí de las actividades del ser humano. Pero también nos llevó a replantearnos “cómo en un mundo con recursos finitos, esperamos un crecimiento económico infinito y esta ambición desmedida nos estaba llevando más a la degradación ambiental continua y la pauperización de comunidades marginadas, más que a la prosperidad”. Es así como el Covid 19 nos está enseñando que la prosperidad requiere de un replanteamiento de valores, más mundocéntricos que egocéntricos.
Nunca será tarde para poner a la Tierra en el centro de nuestra escala de valores. Con una visión holística, integral, es tiempo de emprender acciones para evitar seguir dañándola. Estamos ante la posibilidad de ir configurando un nuevo modelo económico que respete los límites que posibilitan satisfacer las necesidades básicas de la gente con el equilibrio natural del planeta, de decidir si llegamos a adoptar un modelo económico que se enmarca en “Ofrecer a los habitantes términos sociales justos dentro de límites ecológicos seguros”, y que busca un mundo en el que las personas y el planeta pueden prosperar en equilibrio, como el modelo planteado por la economista inglesa Kate Raworth, de la Universidad de Oxford, y que ya está siendo adoptado por la ciudad de Ámsterdam.
Finalmente, los recursos naturales son finitos y en algún momento estos recursos pueden agotarse o ser insuficientes para todo mundo.
Va siendo momento pues de revisar valores y actuar en consecuencia.
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